Pérdida y permanencia. El duelo en personas que donan los órganos de un familiar fallecido
La muerte siempre ha interpelado al ser humano y lo ha obligado a buscarle un sentido, otorgarle un lugar en las prácticas sociales y a tejer en torno a ella un entramado de creencias, rituales y formas de expresión de emociones que han variado a lo largo de la historia. Ayer, igual que hoy, la muerte es uno de los grandes enigmas existenciales, pero hoy, a diferencia de ayer, las tecnologías médicas han inaugurado una nueva relación entre la vida y la muerte, los deudos y los difuntos, el cuerpo y sus órganos, los prójimos y los extraños, en la que la pérdida de un ser querido puede ser transformada en un acto de concesión fundamental para la continuidad de la vida de otros. Nos enfrentamos así a una de las experiencias humanas que han sido transformadas, amplificadas, renovadas y hasta hecho posibles por la tecnología moderna. En este caso, por el desarrollo específico de las tecnologías de los cuidados intensivos que desde mediados del siglo XX han dado lugar a la donación y al trasplante de órganos como una herramienta más del arsenal terapéutico de la medicina. La intensificación del desarrollo tecnológico al que asistimos en la última centuria ha hecho de este uno de los motores de cambio más potentes de nuestras sociedades y por ello mismo uno de los focos más provocadores sobre los que se ha centrado la reflexión académica contemporánea emprendida desde la filosofía, la sociología, la antropología, entre otros saberes.